Fotografía del Ex Presidente de México, Vicente Fox; del Ex Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador y del ex gobernador del Estado de México, Arturo Montiel, el 11 de Junio de 2003. (Foto de Gustavo Benítez / Presidencia de la República / Public Domain)
En México, los preparativos ya están en marcha para las próximas elecciones presidenciales, ahora a menos de dos años de distancia. Durante el próximo año y medio, los partidos políticos de México van a seleccionar a los candidatos que los representarán en las elecciones de 2018, que tienen pinta de sacudir el status quio económico y político del país más que en las elecciones anteriores. Con tres o cuatro principales partidos políticos que compiten por el gobierno, estas elecciones pueden ser las más competitiva en la historia reciente de México. El actual presidente, Enrique Peña Nieto, no puede ser reelegido, y después de décadas de menguante popularidad, los índices de aprobación del Partido Revolucionario Institucional (PRI) son relativamente bajos.
Ahora, el partido populista de izquierda, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), liderado por el dos veces candidato presidencial de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, parece cada vez más capaz de hacer un salto creíble hacia la presidencia, una perspectiva preocupante para los intereses comerciales extranjeros en México. No obstante, la legislatura dividida de México y la dependencia de la inversión extranjera limitarían su capacidad de acción, en caso de ganar, para cambiar el rumbo político y económico del país.
Para entender cómo el sistema político de México llegó a ser tan fragmentado, hay que entender primero cómo ganó el PRI (y perdió) su dominio casi total de la política mexicana. El PRI se desarrolló a partir del Partido Nacional Revolucionario (PNR), un grupo de figuras políticas que saltó a la fama después de la Revolución Mexicana que terminó en 1920. El PNR, y más tarde el PRI, gobernó como un partido paraguas, uniendo a diversos grupos políticos de la sociedad mexicana para alinear a tantos actores políticos e instituciones a su lado como fuera posible.
A pesar de que la postura política del PRI fue nominalmente la centro izquierda (de hecho fue miembro de la Internacional Socialista), en la práctica era muy populista y pragmático. Para desviar las amenazas que emergían de las circunscripciones rurales históricamente marginadas de México, el PRI llevó a cabo una amplia reforma de la tierra en 1934. Cuando estalló el conflicto laboral con las compañías petroleras en 1938, el presidente Lázaro Cárdenas expropió los activos de estas empresas en México. Estos movimientos —combinados con niveles extremos de patrocinio político— cimentaron la popularidad del PRI entre los votantes hasta el punto de que los partidos de la oposición, como el Partido Acción Nacional (PAN), casi no podían competir contra el PRI. Entre 1934 y 1994, el PRI ganó todas las elecciones presidenciales.
Las raíces de la caída del PRI se remontan a la crisis económica que afectó a México a principios de 1980. Después de la Segunda Guerra Mundial, México fue uno de los países en desarrollo que rápidamente se apoyó sobre la deuda para financiar el desarrollo económico nacional. La desproporcionada deuda en comparación al producto interior bruto y la salida neta de capitales resultó insostenible, y en 1982, México incumplió el pago de la deuda externa que ya no podía sostener. Cuatro años más tarde, una rápida disminución de los precios mundiales del petróleo deterioró aún más la economía de México, dando lugar a una crisis económica que hizo subir la inflación. (El índice de precios a los consumidores en Ciudad de México aumentó casi diez veces entre 1986 y 1991). El país devaluó el peso en un 15 por ciento en 1995 para hacer frente a la presión de sus reservas de divisas, y la crisis financiera que siguió redujo su valor a la mitad, aumentando aún más los precios a los consumidores y agravando los problemas electorales del PRI. En las elecciones del 2000, los insatisfechos votantes eligieron al candidato presidencial del PAN, Vicente Fox, para romper así con el dominio de 66 años de duración del PRI en la presidencia de México.
Después de haber perdido la presidencia, el PRI se convirtió en un actor más de un sistema multipartidista. Ganó sólo el 22 por ciento del voto popular en las elecciones de 2006, ocupando el tercer lugar detrás de la coalición dirigida por el partido de izquierdas, el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Aunque el PRI recuperó poder en 2012, aún no se ha recuperado plenamente de sus pérdidas del 2000 y 2006. Sigue siendo un partido minoritario, después de haber ganado algo más de un tercio del voto popular en 2012. En función de la percepción del público de los últimos seis años del PRI en el cargo, un candidato del PAN o incluso del PRD o Morena bien podría tomar el cargo en el 2018 .
Una legislatura dividida
Hoy en día, cuatro partidos notables —el PRI, el PAN, el PRD y Morena— dominan el panorama político de México. La aparición de Morena, un partido de izquierda formado recientemente, dio el pistoletazo de salida a la carrera por las elecciones de 2018. Pensemos que el sistema electoral de México tiene una sola ronda de votación, lo que significa que los candidatos sólo necesitan una pluralidad de los votos para ganar. Aunque el actual ciclo electoral se encuentra todavía en una etapa temprana, varias encuestas muestran al líder de Morena, López Obrador, con una ventaja considerable.
Cuando era candidato de la coalición liderada por el PRD (Coalición por el Bien de Todos), López Obrador perdió por un estrecho margen las elecciones de 2006 contra Felipe Calderón, y Peña Nieto le ganó por siete puntos en 2012. Las encuestas recientes realizadas por Parametría, Grupo Reforma y Mitofsky y Asociados sugieren que López Obrador sigue siendo relativamente popular entre los votantes. Alrededor del 14 por ciento de los votantes sondeados apoyó a Morena, en comparación con alrededor del 21 por ciento del PAN y el 16 por ciento del PRI. El PRD, por el contrario, posee alrededor del 5 por ciento de los votos sondeados, mientras que aproximadamente el 30 por ciento del electorado permanece indeciso.
La debilidad del PRD lo ha llevado a buscar alianzas con el PAN y Morena. Desde que el PRD está dividido, cualquier alianza dependerá de si las facciones del partido deciden que una fusión les interesa. En cualquier caso, el panorama político de México se divide lo suficiente como para que Morena pueda hacer un avance significativo en la campaña que conduzca a las elecciones presidenciales, con o sin el PRD a su lado.
Los Desafíos
Cualquiera que sea el resultado de las elecciones de 2018, el riesgo de inestabilidad política o económica en México no va necesariamente a aumentar. López Obrador es sencillamente el principal candidato de izquierda que compite por la presidencia, pero incluso su plataforma de campaña no se traduce necesariamente en un intento más amplio de cambiar a México hacia la izquierda. Por otra parte, incluso si López Obrador asumiera el cargo, la dividida legislatura de México haría inútil cualquier iniciativa política importante que pueda tener en mente. Para alterar sustancialmente las reformas llevadas a cabo durante el mandato 2012-2018 del PRI, un nuevo gobierno tendría que tener mayoría, por sí mismo o por medio de una alianza. El problema reside en que la captación de miembros para una alianza política para hacer retroceder las reformas a través de la legislatura sería prácticamente imposible debido a que los líderes nacionales, el PAN y el PRI, probablemente serían reacios a prestar su apoyo.
Más allá de los obstáculos legislativos, las preocupaciones sobre la confianza de los inversores y sus efectos sobre las finanzas de México es probable que frenen los intentos de López Obrador de desviarse de las políticas de la actual administración. El crecimiento económico de México depende en gran medida del capital extranjero, y cualquier esfuerzo que haga al país menos atractivo para los negocios, es probable que lleve a los inversores extranjeros —y su dinero— fuera, lo que socavaría la estabilidad económica del país. Tal medida haría que el gobierno de México fuera mucho más inestable y podría pasar factura al partido en el poder tras las próximas elecciones. Incluso si López Obrador obtuviera el cargo, los peligros de seguir adelante con sus políticas populistas muy probablemente disuadirían a su gobierno de perseguir sus propuestas más radicales. Sin embargo, al mismo tiempo, la influencia del presidente sobre las secretarías del gabinete y las entidades gubernamentales podría ralentizar el progreso de las iniciativas existentes. Por ejemplo, el hipotético presidente, López Obrador, podría suspender las reformas de reducción de costes en la empresa de energía estatal Petróleos Mexicanos.
Aunque las próximas elecciones pueden traer más incertidumbre política a México, el próximo presidente lo tendrá difícil para deshacer la legislación de su predecesor. Si las elecciones de 2018 ponen a López Obrador en el cargo, los inversores, sin duda, estarán muy preocupados por el futuro clima de inversión en México. Pero la dividida legislatura del país limitará el impacto que incluso López Obrador pudiera tener sobre la estabilidad política y económica de México.
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