En mayo, Barack Obama se convirtió en el primer presidente de EE.UU. en visitar Hiroshima. La visita dejó a los analistas políticos peinando su discurso en busca de pistas en cuanto a si la política exterior de Washington estaba cambiando. Otros, por el contrario, estábamos buscando algo diferente.
En conmemoración de uno de los actos más devastadores de la guerra que el mundo ha visto, Obama no pudo evitar examinar sus creencias básicas acerca de la guerra misma. En su intervención, explicó que la guerra crece "a partir del mismo instinto de base que dio lugar a la dominación o la conquista que había causado conflictos entre las tribus más simples." Sin embargo, también argumentó, que la humanidad puede optar por hacer la paz, porque "no estamos obligados por el código genético a repetir los errores del pasado." ¿Pero es eso cierto?
Analizando la pregunta
Antes de abordar la cuestión de si hacer la guerra es inherente a la naturaleza del hombre, primero debemos reconocer que nuestras conclusiones se verán influidas por las ideas preconcebidas que tenemos en nuestra mente. En el análisis de la pregunta, me atrevo a augurar que la mayoría de los lectores ya habéis pensado en vuestra propia respuesta. Algunos de vosotros probablemente habréis dicho: "Sí, por supuesto"; otros podéis haber contestado "seguramente No". Y otros caeríais en algún punto intermedio, convencidos, al igual que Obama, de que el hombre tiene un instinto biológico para la guerra pero que el hombre puede optar por no actuar en consonancia a su instinto. Yo te insto a mantener tu mente abierta a los argumentos basados en la razón, los argumentos que por necesidad deben comenzar analizando lo que los términos y conceptos dentro de esta pregunta significan para diferentes personas en diferentes contextos.
Como dice el refrán, "Una pregunta sabia es la mitad de la respuesta." ¿Cómo, entonces, podemos reformular la pregunta para que nos otorgue esa media respuesta?. Hoy en día, hay al menos una docena de teorías seculares de por qué los hombres libran guerras, enmarcadas dentro de los campos de la economía y la filosofía hasta la sociología, la psicología y la antropología. Pero la pregunta original explícitamente se refiere a la naturaleza humana. Si aceptamos que la biología del hombre sólo tiene sentido en el contexto de la evolución, entonces ahí es donde hay que empezar.
Analizando la Evolución
La evolución traza el camino de organismos cuyos rasgos son expresados por genes que se esfuerzan por propagarse. Aunque la teoría de Darwin explica cómo funciona esto, todavía existen muchos conceptos erróneos acerca de la evolución. Debido a que algunos de ellos siguen confundiendo la discusión acerca de la herencia de la guerra, hay que revisarlos antes de continuar con nuestro análisis.
Naturaleza vs Educación
El cerebro humano prefiere tomar decisiones fáciles a preguntas fáciles: ¿Está la guerra en nuestros genes, o es algo que aprendemos? Si el mundo fuera así de simple, nuestra vida entera sería un recreo. Si la guerra fuera genética, sería de una lógica obvia llegar a la conclusión de que se quedaría con el hombre para siempre, y que habría que estar mejor preparados para la batalla. Sin embargo, Si la guerra se aprende, entonces podríamos eliminarla mediante la remodelación de nuestra cultura hacia la paz.
Pero esta interpretación del clásico debate "naturaleza vs educación" pierde su significado original. El término se refiere sólo a las diferencias que los cambios en la naturaleza o la educación pueden hacer en realidad. Pensemos, por ejemplo, en el acto de hornear pan: No tiene sentido preguntarnos qué es más importante, ¿la masa o el horno?, ambos son esenciales para la producción de pan. Sin embargo, tiene sentido preguntarse si las diferencias en las variaciones en la temperatura del horno o en la receta variarán el resultado. Entonces, una forma más precisa de pensar en este concepto, podría ser renombrarlo como "naturaleza y educación."
Los científicos que tratan de estudiar la importancia relativa de la naturaleza y la educación en el comportamiento humano podrían comenzar estudiando los casos de gemelos idénticos (la misma "masa") que fueron adoptados por familias diferentes (diferentes "hornos"). En cuanto a la agresividad, en particular, los estudios han demostrado que aproximadamente la mitad de las variaciones en el comportamiento agresivo pueden explicarse por la genética, mientras que la otra mitad se deriva del medio que rodea al individuo. En pocas palabras, la ciencia sugiere que el ajuste del medio que nos rodea, incluyendo nuestra cultura, podría tener algún impacto sobre la agresividad del hombre, pero no la determinaría por completo.
La Supervivencia de los más Fuertes
El análisis de este concepto es quizás el más engañoso de la teoría evolutiva, especialmente cuando se aplica a los orígenes de la guerra. "La supervivencia", en este uso, no se refiere a la persona, sino a la capacidad de los genes para replicarse y prevalecer. En ese sentido, los individuos sólo necesitan sobrevivir el tiempo suficiente para producir una descendencia viable. Por otra parte, "los más fuertes" no quiere denotar a los individuos más fuertes o más saludables. En su lugar, indica organismos que se adaptan mejor a las condiciones en las que viven, lo que significa que sus genes tienen mayores posibilidades de replicarse —un estatus que, una vez logrado, puede o no durar—. David Katz, director del Centro de Investigación Preventiva de la Universidad de Yale, puso un ejemplo excelente: Pensemos en el clásico juego, "piedra, papel y tijeras". Una tribu de gente con papel podría sentirse superior contra una tribu de gente con piedra, pero sólo hasta que fueran derrotados por una tribu de gente con tijeras.
Desde una perspectiva histórica, se podría suponer que los reyes y caciques (o en términos más generales, las sociedades conquistadoras) han tenido mayor oportunidad de transmitir sus genes. Pero en realidad es mucho más complicado: Los conquistadores a menudo tenían descendencia con los vencidos y estos fueron, a su vez, exterminados por nuevos (o viejos) enemigos. Contada a través de los ojos de la "supervivencia del más fuerte", la historia de los vencedores y vencidos se basa en los genes, no en los individuos que la protagonizan. Hacer la guerra, entonces, no es necesariamente una expresión natural del concepto de "la supervivencia de los más fuertes".
El Origen del Hombre
El título de una de las obras más brillantes de Darwin comienza con el origen del hombre. Sin embargo, no podemos dejar de mirar hacia atrás en nuestra historia y sentir como si nuestra posición en el mundo fuera cada vez mejor. La ruta prehistórica del hombre lo llevó a la cima del árbol evolutivo. Y desde la revolución agrícola, la tecnología del hombre se ha extendido por todo el mundo y más allá, llegando hasta el espacio. Mientras consideramos que esta conquista de la naturaleza ha determinado la altura de nuestro progreso —y las guerras esenciales para alcanzar dicha altura— tiene sentido asumir que hacer la guerra no es más que una parte "natural" de la ascensión del hombre hacia el progreso.
Sin embargo, desde una perspectiva evolutiva, la parte superior del árbol de la evolución es un vasto dosel que incluye al menos 1,5 millones (y posiblemente más de 100 millones) de especies, sólo una de las cuales es el Homo sapiens. En teoría, cualquiera de estas especies podría utilizar sus rasgos distintivos para hacer una reclamación de su superioridad frente a las otras, como hicimos nosotros en su día. El caracol engrandecería su modo único y viscoso de desplazarse, el pavo real el esplendor de su cola, o la jirafa la longitud de su cuello, así como el hombre elogia la complejidad de su cerebro.
Por supuesto, la humanidad es la especie con el mayor impacto en el mundo moderno, tanto es así que esta era podría llamarse Antropoceno —la época del hombre—. Aún así, geológicamente hablando, sólo somos una pequeña nota a pie de página en el extenso libro de la historia de la Tierra; ¿cómo podemos competir con las cianobacterias oceánicas, que han generado el oxígeno en la atmósfera durante miles de millones de años, permitiendo la aparición del oxígeno que respiramos para poder evolucionar? Y aunque las estadísticas históricas parecen sugerir que las guerras han sido fundamentales para la pacificación de diversas culturas en ciertas edades, no hay garantía de que este fenómeno se seguirá manteniendo en los siglos venideros.
El gen egoísta
Para disgusto de su autor, Richard Dawkins, El libro El gen egoísta: las bases biológicas de nuestra conducta ha sido ampliamente incomprendido desde que se publicó en 1976. Dawkins argumenta que los genes son egoístas en el sentido de que su objetivo es proliferar, compitiendo con otros genes para hacerlo. Pero la percepción popular ha distorsionado sus hallazgos; muchas personas han tomado su libro en el sentido de que el egoísmo está incrustado genéticamente en el hombre y por lo tanto sugieren que hay "una justificación moral e ideológica para el egoísmo que será adoptada por las sociedades humanas modernas." Con base a esa lógica defectuosa, la guerra sería una expresión organizada del egoísmo inherente del cual el hombre no puede desprenderse.
En esta era de revolución genómica, es tentador buscar un vínculo entre todos los comportamientos humanos y nuestros cromosomas. Pero la guerra es sin duda un concepto demasiado amplio para descomponerlo en un conjunto coherente de rasgos de comportamiento. Incluso sus partes constituyentes —agresividad, competitividad y similares— no pueden ser atribuidos a un solo gen, sino, en el mejor de los casos, a un intrincado conjunto de genes que interactúan entre sí. Debido a esta interacción compleja, es prácticamente imposible conseguir cualquier rastro genético de belicismo.
El Origen de la Guerra
Juntos, estos conceptos muestran que preguntarse si es natural para el hombre hacer la guerra tiene poco sentido científico. También sugieren que las respuestas como las que ofrece Obama —que el hombre tiene un instinto inherente de dominar o que el hombre puede escapar de su destino biológico— no son compatibles con nuestra comprensión actual de la evolución. En cambio, la cuestión se puede entender mejor si reformulamos la pregunta de esta manera: ¿Es aceptable para el hombre hacer la guerra? Evidentemente, las muchas respuestas posibles quedan fuera del alcance de la ciencia. Pero para ayudaros a encontrar el camino hacia la luz, os dejo con una analogía:
En su hábitat natural, los felinos, grandes y pequeños, son cazadores solitarios que generalmente defienden ferozmente sus territorios de caza contra la incursión de otros felinos. (Los leones son la excepción notable, ya que a menudo cazan en grupo.) Sorprendentemente, los felinos domésticos han conservado estos instintos. Pero vivir cerca de los seres humano y la abundancia de alimentos fácilmente obtenibles que los humanos les proporcionan han sometido su agresividad innata, lo suficiente para que puedan recorrer los callejones de nuestras ciudades en grupo.
Del mismo modo, en el Paleolítico, los seres humanos fueron capaces de moverse en pequeños grupos de cazadores-recolectores —es decir, siempre y cuando no había suficientes recursos para todos—. Estos grupos podría luchar unos contra otros para defender su territorio en contra de sus rivales sólo cuando su delicado equilibrio de poder estaba en peligro. La intensidad del conflicto resultante se determinó por el grado de desequilibrio en el momento. Con el advenimiento de la agricultura, un excedente de alimentos estimuló el crecimiento masivo de la población, pero aumentó el riesgo y el impacto de las hambrunas ocasionales. Los períodos de escasez produjeron la aparición de grandes grupos de personas en busca de comida, y estos grupos siguieron moviéndose y capturando recursos, siempre y cuando fueran lo suficientemente fuertes como para atacar las reservas de alimentos de otros grupos.
La fuente de la guerra moderna, sin embargo, se ha complicado por una característica que es única para la humanidad: Además de la sensación fisiológica de no tener suficiente cantidad de recursos, tenemos un sentido psicológico de no ser tratados con justicia. Este último ha sido el detonante de muchas de las recientes guerras civiles e internacionales del mundo. Tal vez si podemos aprender a protegernos de tales sentimientos podríamos avanzar "domesticándonos" a nosotros mismos hasta cierto punto. Pero incluso entonces, nuestro éxito dependerá en buena medida de si nuestros genes demuestran suficientemente maleabilidad para marcar una diferencia tangible entre el autocontrol y nuestra naturaleza. Por desgracia, ninguna cantidad de determinación o voluntad de autocontrol puede cambiar ese hecho.
Claramente, esto no es un argumento en el que los presidentes y tiranos de turno puedan apoyarse para respaldar sus intervenciones en el extranjero. Pero tal vez podrían empezar por alejarse de cuestiones divisivas que no tienen base en la ciencia y enfocarse en las que si.
- Créditos de las fotos:
Stephen Cline / Combat Camera Afghanistan / USA
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