"La contienda había acabado con un amanecer gris en Lexington, su último disparo se efectuó ocho años después al otro lado del mundo, en las afueras de un pueblo polvoriento en el sur de la India."
Así termina el libro de Piers Mackesy "La Guerra de los Estados Unidos; 1775-1783." No es, quizá, la narrativa más común de la revolución americana, sino que a través de las más de 500 páginas, Mackesy traza la guerra desde la perspectiva británica, que busca entender no las cuestiones de la técnica en el campo de batalla o las tácticas de las batallas específicas del conflicto, o incluso la estrategia política de la independencia, sino más bien el contexto más amplio de un conflicto de casi siete años de duración contra una colonia lejana en medio de una competición global por la seguridad económica y estratégica.
Mackesy nos ayuda a ver más allá de la historia de una banda de rebeldes rudimentarios ingeniosamente escondidos tras los bosques que utilizan la puntería para derrotar a una organización militar convencional anticuada, lo que viene a ser la imagen omnipresente de la Revolución en la América de hoy. En su lugar, lo que emerge es una advertencia de justo lo que significa ser un imperio con intereses y relaciones globales. Son mayúsculas las elecciones y responsabilidades que en última instancia limitan las posibilidades, que requieren el establecimiento de prioridades y pueden conducir a resultados catastróficos inesperados.
Publicado en el mismo año que el incidente del Golfo de Tonkin, el libro en retrospectiva parece ofrecer un conjunto de lecciones potenciales aprendidas por los Estados Unidos. En el entorno global de hoy, puede ser aún más relevante reconsiderar la Guerra de Independencia, no para criticar las políticas británicas o estadounidenses en ese momento, pero si para ver cómo las complejidades de un sistema global a menudo ejercen presiones inesperadas. Las limitaciones económicas y las políticas domésticas son moldeadas por las políticas internacionales. Y la distancia, la logística, la incomprensión cultural y la limitación de los recursos deja incluso a los planes más estudiados caer a merced de la volatilidad del día a día de la actividad humana.
La muerte del General Warren en la batalla de Bunker Hill (John Trumbull / Boston Museum of Fine Arts)
Cuando estalló la revolución americana, Gran Bretaña era, por aquel entonces, la potencia hegemónica mundial indiscutible, la vencedora de la Guerra de los Siete Años, en posesión de un imperio que se extendía desde Canadá hasta el Caribe, a través de África, la India y de vuelta a través del Pacífico . Este era un momento en el que Gran Bretaña no enfrentaba ningún desafío de una Europa continental potencialmente unida, y sus principales competidores habían visto sus capacidades navales degradadas significativamente. Gran Bretaña era soberana de los mares y el centro del poder mundial, con un alcance económico y militar indiscutible. Al menos sobre el papel.
De puertas para adentro, los británicos estaban con la soga al cuello, haciendo frente a la agitación política dentro del país y a la transición de una estructura militar y económica de gran nivel en tiempo de guerra a una estructura de posguerra. Los cambios en los impuestos sobre las colonias americanas reflejaban menos el elitismo de la aristocracia británica y más el reconocimiento de la insuficiencia de fondos y las tensiones económicas de un vasto y extenso imperio de posguerra. Cuando el conflicto con las colonias finalmente estalló en violencia abierta "en un amanecer gris en Lexington" los británicos habían pasado más de una década tratando de recuperarse de la Guerra de los Siete Años, reduciendo sus fuerzas, y reequilibrando su gestión imperial y prioridades. La revolución americana no era inesperada, pero la tenacidad y la propagación de la rebelión armada simplemente no fue apreciada en su totalidad por los estrategas en Londres.
Para los británicos, la primera etapa de la revolución americana se basó en cómo restaurar el statu quo. Los americanos exigieron la independencia completa, pero los británicos pensaron que era tal vez sólo una pequeña minoría abrazada a esa simpatía inflexible, y el truco sería demostrar una victoria militar decisiva y permitir que las voces lealistas más sensatas en las colonias prevalecieran. Los británicos lucharon en una guerra limitada, cuya política no fue la derrota de una potencia militar extranjera, pero si la pacificación de un pequeño levantamiento de sus compatriotas. la acción militar británica estaba limitada inicialmente en parte por la decisión de no participar en una guerra total. Esto fue visto en primer lugar como una batalla para, en términos modernos, ganarse los corazones y las mentes de los colonos. Una pequeña rebelión tenía que ser aplastada, y una vez que se lograra, el resto de los locales se unirían felizmente a las fuerzas británicas para completar la destrucción de la rebelión y reanudar una vida de cooperación con Gran Bretaña.
Estrategia y Logística
Sin embargo, la estrategia política no dictó únicamente la estrategia militar de Londres. La "tiranía de la distancia" también desempeñó un papel importante. Los británicos estaban desplegando sus fuerzas a través del Atlántico, o moviendo sus fuerzas de otras partes del imperio, lugares que aún necesitaban protección. En la era de la navegación a vela, los viajes de larga distancia eran una hazaña que rara vez se llevaban a cabo rápidamente, y las estaciones del año jugaron un papel importante en cuando y donde las tropas —y el tren de suministro logístico masivo que estaba detrás de ellas— podían ser desembarcadas. La flota británica se convirtió rápidamente en un punto esencial en el suministro del material para la represión de la rebelión americana.
Para los colonos, después de unas pocas derrotas por la superioridad el ejército británico, se hizo evidente que una estrategia militar más eficaz sería evitar las batallas abiertas. Al igual que los ejércitos guerrilleros, los colonos mantuvieron la ventaja cuando decidieron evitar la lucha contra un ejército convencional más grande. Los estadounidenses también tenían una fuente potencialmente inagotable de reclutas locales, mientras que los británicos necesitaban traer sus refuerzos desde muy lejos. Los norteamericanos podían vivir de la tierra, al menos parcialmente, mientras que los británicos dependían de las líneas de suministro de ultramar. Los americanos podían dispersarse en el interior, pero los británicos estaban en gran medida ligados a las costas, a las redes de puertos de suministros.
Y mientras los distantes líderes británicos pensaban en cual sería el mejor plan de acción para detener la rebelión en curso en los Estados Unidos, que se estaba llevando a cabo antes de lo previsto, estos hicieron sus planes con un ojo puesto sobre sus vecinos al otro lado del canal. Francia y España habían iniciado el desarrollo de sus marinas así como vieron la crisis en la construcción de América. Esto proporcionó una oportunidad potencial para limitar los recursos británicos y abrir el camino para que las dos potencias continentales pudieran recuperar los territorios de ultramar perdidos en las guerras anteriores. Una flota francesa y española unidas era una pesadilla potencial para Gran Bretaña, en un momento en que la Royal Navy estaba comprometida con el intento (en gran parte fallido) de bloquear la costa americana, reabastecer a las tropas británicas en América del Norte, y continuar proporcionando apoyo naval a las otra colonias y territorios lejanos.
Con la derrota británica en la batalla de Saratoga a finales de 1777, los franceses movieron ficha, escalando un levantamiento local en una guerra mundial. En los primeros meses de 1778, los franceses firmaron y revelaron un tratado de comercio con las colonias americanas, y establecieron un tratado de alianza más reservado. La entrada abierta de Francia en el conflicto cambiaba las prioridades británicas, que ahora prestaban atención en proteger sus posesiones en el Caribe, mientras que seguía luchando contra la rebelión americana. Un año después de que los franceses entraran en la refriega, los españoles se unieron, amenazando Gibraltar y Menorca en el Mediterráneo y aumentando su capacidad naval para controlar el Canal Inglés —e incluso avanzar hacia una invasión de las Islas Británicas—.
En 1780, con la logística británica al borde del colapso, Holanda se unió a la guerra, y las potencias de Europa del Norte entraron en una liga de neutralidad armada, desafiando el bloqueo de las Américas y llevando a Gran Bretaña a otro teatro de guerra naval en los mares del Norte y el Báltico. Con pocos aliados en su bando, los británicos lucharon en contra de un número cada vez mayor de beligerantes activos o potenciales. La preocupación era que con la entrada de los holandeses en la guerra, las posesiones británicas en la India estuvieran en riesgo. Los puestos de poder económico británico en el Caribe y la India británica eran más significativos para Londres que las colonias americanas. Los retos logísticos, así como la frustración con el estancamiento prolongado de la guerra terrestre dio lugar al principio del fin de los intentos británicos por suspender la secesión americana.
Durante los últimos años del conflicto, los británicos y los demás beligerantes buscaron ofertas políticas. Las preocupaciones individuales de España, Francia y otros actores ofrecieron a los británicos la oportunidad de tomar partido de estas diferencias. El alcance global del conflicto —así como el amplio número de beligerantes o "neutrales armados", las distancias y los problemas de suministro, y el limitado número de tropas británicas disponibles— es tal vez una prueba de la enorme capacidad de resistencia que el imperio británico tenía, ya que los británicos salieron de la guerra en una posición relativamente buena. El poder del Imperio Británico perduraría más de un siglo después de la Revolución Americana, aunque no sin sus crisis dentro del país y en ultramar.
Lecciones Aprendidas
Al observar la guerra desde una perspectiva que no está centrada en Estados Unidos, desde el punto de vista de un conflicto global en lugar de una historia tradicional de David contra Goliat, el conflicto revela lecciones que aún resuenan en nuestros días.
Para los grandes, países de importancia mundial (imperios en espíritu, no solo en nombre), los teatros individuales de guerra rara vez se aíslan. El conflicto actual en Siria pone de relieve la forma en que una acción limitada puede escalarse a una confrontación potencialmente internacional, sino también como diferentes escenarios de conflictos y la competencia entre naciones puede llegar a unirlos en uno solo. Por necesidad, los estrategas de turno tomarán decisiones con respecto a las prioridades, y un área de interés podría ser sacrificada por otra. Para los Estados Unidos hoy en día, es difícil mantener su posición en Asia cuando la situación en Oriente Medio y Afganistán está lejos de resolverse. Y luego están las preocupaciones por el resurgimiento de la acción de Rusia en la periferia europea.
La distancia sigue siendo una limitación importante, sobre todo cuando se considera el tren logístico de una fuerza de combate moderna. Y luego están las cuestiones de acceso a puertos para desembarcar los suministros. Tengamos en cuenta las complicaciones que los Estados Unidos han enfrentado en los últimos diez años en Afganistán, y como el cierre de los puertos paquistaníes hicieron del reabastecimiento logístico una pesadilla. Y no importa cuántas tropas de los Estados Unidos u otros países se pudieran enviar, siempre serían superadas en número por la población local. Sigue siendo más fácil para las fuerzas guerrilleras —insurgentes, militantes o cualquier otro nombre que queramos elegir— operar en su territorio local, para comprender y manipular la cultura y la demografía local y para operar de forma ligera, ágil y con limitaciones logísticas mínimas. Bloquear el flujo de armas, municiones y otros materiales a los insurgentes locales también es casi imposible.
Los desafíos de una campaña de corazones y mentes, basada en una guerra limitada que busca unir a la población local en apoyo de la intervención extranjera, está tan llena de incertidumbre hoy como lo estaba hace más de dos siglos. Los objetivos políticos limitados restringen irremediablemente las opciones militares, y las realidades políticas y sociales locales rara vez se ajustan a los mejores casos del poder foráneo que interviene. No importa si los soldados extranjeros son llamados libertadores en vez de conquistadores, la gente local vive allí de forma permanente; la fuerza exterior sólo temporalmente.
El mundo es un lugar complicado, interconectado y volátil. Ningún país tiene el poder singular de intervenir por razones nacionales, económicas o incluso morales en todas partes. Para Gran Bretaña, una pequeña rebelión, impulsada por la distancia, la política fiscal y la cultura cambiante, se escaló a a una acción policial localizada y luego a una crisis mundial que se prolongó durante casi una década. En el proceso, los viejos enemigos despertaron y surgieron desafíos imprevistos a las fuerzas británicas en los confines del imperio. En el Día de la Independencia de los Estados Unidos (un día que marca más el inicio que la conclusión de las hostilidades con la metrópoli), vale la pena reflexionar sobre las ideas y las complejidades de las capacidades y responsabilidades globales, así como tener en cuenta la naturaleza de la independencia y la libertad.