martes, 21 de junio de 2016

Afganistán, una guerra de políticos


El Secretario de Estado John Kerry es recibido por el embajador de EE.UU. en Pakistán, Richard Olson, a su llegada a Islamabad, Pakistán, el 31 de julio de 2013. (U.S. Department of State)

Si bien los esfuerzos de Estados Unidos en Irak y Siria para luchar contra el Estado Islámico van yendo a menos, otra guerra importante de Washington en la región está mostrando signos de profundización. El presidente estadounidense, Barack Obama autorizó la ampliación de la presencia militar a los 9.800 soldados estadounidenses estacionados en Afganistán el 9 de junio. Bajo la nueva autorización, las tropas estadounidenses que sirven como instructores de formación y lucha contra el terrorismo ahora pueden unirse a las fuerzas de seguridad afganas convencionales en el campo de batalla si se considera que su presencia tendrá un "efecto estratégico." (Anteriormente, las tropas estadounidenses asistieron a las afganas sólo en misiones de objetivos de alto valor, llevadas a cabo con mayor frecuencia por las fuerzas de combate de élite afganas.) Además, las fuerzas de Estados Unidos en Afganistán ahora tienen una mayor capacidad para llevar a cabo ataques aéreos limitados en apoyo a las operaciones de Estados Unidos.

Al solicitar la expansión de las capacidades y la presencia de las tropas estadounidenses, el General John Nicholson, el nuevo comandante de la OTAN en Afganistán, que asumió el cargo en marzo, estaba canalizando las frustraciones de muchos años de los militares de EE.UU., que se han sentido incapaces de actuar eficazmente en un teatro de guerra cada vez más precario. Aún así, el Pentágono hizo una segunda solicitud que Obama no satisfizo: manteniendo el nivel actual de tropas de EE.UU. en 9800. Obama se ha comprometido a reducir los niveles de tropas estadounidenses a 5.500 a finales de año, aunque los talibanes controlan ahora la mayor parte del territorio del país desde que comenzó la guerra.


Calculando los costes

La decisión de Obama es una cuestión de estrategia política, no militar. Recordemos que este es un año electoral en Estados Unidos y Obama no quiere que la noticia de un nuevo despliegue de tropas pueda convertirse en un problema para su sucesor preferido y candidato presidencial demócrata, Hillary Clinton. Es más probable que vaya a evitar hacer tales anuncios hasta después de que las elecciones hayan terminado.

Las preocupaciones de Washington en Afganistán también se extienden a los costos en los que se han hundido la guerra. De acuerdo con un informe publicado por el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán, la mayor parte de los 113 mil millones de dólares que Estados Unidos ha gastado en Afganistán para el desarrollo desde el año 2001, han sido desperdiciados por la corrupción, el despilfarro y la mala gestión. En concreto, el informe advierte de que una reducción de las tropas tendría consecuencias muy serias en el campo de batalla, amenazando los pocos beneficios para el desarrollo que se han hecho.

Incluso después de sustituir a su líder muerto recientemente, el Mulá Akhtar Mansoor, con el Mulá Haibatullah Akhundzada, los talibanes han mantenido su insurgencia. De hecho han puesto en marcha ataques no sólo en su bastión del sur de la provincia de Helmand, sino también en el norte y otras partes del país. Y aunque las fuerzas de seguridad afganas están consiguiendo victorias tácticas sustanciosas, no es suficiente para ganar el conflicto militar a nivel estratégico o forzar a los talibanes a poner fin a la lucha y llevarlos a la mesa de negociación a nivel político.

Los problemas con Pakistán

Las complejidades que rodean la relación de Estados Unidos con Pakistán también se están intensificando, con repercusiones directas en la guerra de Afganistán. Washington necesita a Pakistán - que comparte una frontera montañosa porosa con Afganistán, que a menudo se ha utilizado como un refugio para los talibanes y otros grupos militantes - para cooperar y poner fin al conflicto. Es comprensible que los lazos entre los países sean de suma importancia, pero las relaciones han estado a menudo lejos de ser constantes.

Las tensiones llegaron a su cenit cuando una delegación de EE.UU. visitó Islamabad el 10 de junio, lo que indica la importancia continua de las relaciones de Estados Unidos con Pakistán para Washington y el reconocimiento de que las relaciones son tensas. El asesor de Obama, Richard Olson y el miembro del Consejo de Seguridad Nacional Peter Lavoy lideraron la delegación, reuniéndose con el asesor del primer ministro paquistaní en Asuntos Exteriores, Sartaj Aziz. Durante la reunión, Aziz reiteró el mensaje de que el ataque aéreo que mató al Mulá Mansoor, en la provincia Pakistaní de Baluchistán, violó la soberanía del país. Por otra parte, dijo que el acto había sido y seguirá siendo perjudicial para las relaciones.

El momento en el que se produjo la visita fue importante también. La delegación realizó la visita la misma semana que el primer ministro indio Narendra Modi participaba en una sesión conjunta del Congreso de EE.UU.. Durante su discurso, Modi hizo una notable referencia a Pakistán, discutiendo la continua amenaza de la militancia frente a Washington y Nueva Delhi. En respuesta, Aziz repitió las preocupaciones de Pakistán con el fortalecimiento de las relaciones EE.UU.-India con Olson y Lavoy.

Por supuesto, Pakistán tiene medios limitados para dejar claro su descontento con los líderes y las políticas de EE.UU., de hecho, poco más puede hacer que condenarlos formalmente. Pero Pakistán es el hogar de 1,5 millones de refugiados afganos documentados, una de las poblaciones más grandes del mundo. Islamabad ha amenazado con expulsar a los refugiados en el pasado y podría volver a hacerlo, dando lugar a una potencial ola de refugiados hacia Afganistán para presionar a Kabul, y por lo tanto, los funcionarios de Estados Unidos cederían en ciertos temas durante las negociaciones sobre el fin del conflicto de Afganistán.

Los políticos que deciden el futuro de la guerra en Afganistán permanecerán divididos, lo que dificulta los esfuerzos de un acuerdo de paz negociado en el corto plazo. A pesar de los desacuerdos, Washington se ve obligado a hablar con Islamabad ya que cualquier solución negociada a la guerra implicará a Pakistán, que comparte el destino de la estabilidad de Afganistán. La intransigencia de la insurgencia y la inutilidad de las conversaciones de paz con los talibanes están convenciendo a Washington a considerar sus opciones militares, una vez más, aunque no en serio hasta después de las elecciones de 2016. Mientras tanto, Estados Unidos no puede ignorar a Pakistán o sus posibles amenazas y seguirá tratando con el país diplomáticamente. La batalla de Washington contra el Estado Islámico ha enseñado a los políticos y estrategas militares estadounidenses los peligros de retirarse demasiado pronto del combate. Por ello el Pentágono reconsiderará sus opciones, mientras la guerra continúa.